Patria by Fernando Aramburu

Patria by Fernando Aramburu

autor:Fernando Aramburu [Aramburu, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2016-07-12T04:00:00+00:00


69

La ruptura

Las pintadas contra el Txato le quitaron a Joxian el apetito. Y también lo privaron de su mejor amigo. Porque en una ciudad, pase; pero en el pueblo, donde todos nos conocemos, tú no puedes tener trato con un señalado. Esto lo vino pensando aquel domingo por el trayecto de Zumaya a casa. Había ido con el Txato, volvía sin él. ¿Con quién hago yo ahora pareja al mus? Tras el almuerzo, que no le entraba, que no pudo terminar, había salido del bar con los otros; pero en la primera cuesta hizo como que le fallaban las fuerzas y se rezagó. Luego, antes de llegar a Guetaria, decidió apearse de la bicicleta, sentarse un rato en una roca frente al mar y poner en claro sus pensamientos. El mar es grande. El mar es como Dios, que está cerca y lejos, que nos recuerda lo pequeños que somos, cago en la leche, y si le daría la gana nos destruía. Le costó más que nunca llegar a su pueblo. En Orio estuvo a punto de coger el autobús. ¿Y la bici? La podría dejar candada en algún sitio. ¿Y si se la roban? Ojo, que por aquí anda mucha gente de fuera. Siguió pedaleando sin ánimo, sin concentrarse en el tráfico, absorbido por sombrías cavilaciones.

Al entrar en casa, Miren, desde la cocina, en delantal, lo miró a los ojos; pero no severa, no ceñuda: interrogante. Él esperaba bronca por la tardanza. Ella no le dijo más que:

—Hala, dúchate.

Y aquello casi sonó a recobrada ternura de tiempos pasados. Ni siquiera le habló en tono duro como otras veces, o como cuando le dice suave-suave una cosa normal y corriente, pero por la voz y por el gesto él se da cuenta de que enseguida empezarán los truenos.

—No traigo ni gorda de hambre.

—Pues te sientas a mirar cómo como.

Y hablaron, graves, secos, sorbentes de sopa, masticantes de chuletillas de cordero, sentados los dos a la mesa sin la compañía de los hijos.

—Ya sabes, ¿no?

—Primero lo de Joxe Mari y ahora, esto.

—No es lo mismo.

—Desgracia sobre desgracia.

—Ella ha llamado. Casi las diez serían. Le he colgado.

—Pues ayer estuvisteis en la cafetería.

—Ayer fue ayer, hoy es otro día. Ya no hay amistad. Ve haciéndote a la idea.

—Tantos años. ¿No te da pena?

—A mí me da pena Euskal Herria, que no la dejan ser libre.

—No me voy a acostumbrar. El Txato es mi amigo.

—Era. Y mucho cuidadito con juntarte con él. Lo mejor es que se marchen. Con todo el dinero que tienen, ¿qué les cuesta comprarse una casa por ahí abajo? Son ganas de provocar.

—No se irán. El Txato es tozudo.

—La lucha no perdona. Se irán o los echarán. Que elijan.

Poco antes de las diez de la mañana sonó el teléfono. Miren no abrigaba la menor duda: es ella. Hora y media antes había recibido otra llamada que la sacó de la cama. Juani: que si se había enterado, que no le extrañaba, que hacía tiempo que.

Y concluyó:

—Se han forrado a base de explotar a la clase obrera y ahora les viene la factura.



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